Atlas de las Nubes
El diario de un notario californiano
Las cartas de un joven músico inglés
La investigación de un sucio asunto sobre una central nuclear en California
Las desventuras de un editor británico
La rebelión de una sirviente clonada en una futura China
La lucha por la supervivencia de los habitantes de un Hawaii post-apocalíptico.
Estas son las seis historias que componen El Atlas de las Nubes, expuestas en una primera vuelta y que se resuelven en sentido inverso, en una estructura en forma de espejo. Seis historias, seis maneras de contarlas: como diario, epístolas, narración en tercera persona, en primera persona, interrogatorio y un cuento en un idioma degenerado por el paso del tiempo en lo que queda después de la civilización.
Todas ellas se relacionan de algún modo con la historia que las precede. Así, Frobisher, el músico inglés, lee el diario de Ewing. Luisa Rey, que investiga las corruptelas que rodean al sector energético, conoce al receptor, Rufus Sixsmith, de las cartas del compositor. A su vez, la historia de la periodista termina convertida en un manuscrito que llega a las manos del editor Cavendish, cuya historia será relatada en una película que una esclava fabricada por ingeniería genética, Somni-451, visionará antes de realizar un discurso que cambiará el mundo, lo que la convertirá en algo parecido a una deidad que venerarán Zachry y su gente en un mundo aniquilado por el ansia de poder del ser humano.
Esta última parte cronológicamente hablando, que es el capítulo central del libro, es la única que no se ve interrumpida por una historia posterior. A partir de ella, el resto se va cerrando hasta llegar de nuevo al diario de Adam Ewing.
En una estructura tan compleja es lógico el despiste. Es tentador pensar que David Mitchell ha pretendido abarcar las glorias y miserias de toda la humanidad en una obra; una tarea titánica. Pero, si fuera así, sería más lógico remontarse a la noche de los tiempos y comenzar su epopeya entrelazada con los primeros signos de una sociedad estructurada. Sin embargo, decide comenzar con el principio del auge de la civilización occidental, llevarnos hasta su posible futura decadencia y explorar un mundo posterior a ella, fin y principio.
Mitchell elige personajes irrelevantes, cuyas acciones, cristalizadas en libros, cartas, sinfonías o películas, aportan su granito de influencia a las historias posteriores. Ese es un elemento importante: La cultura y sus productos, que son los ladrillos y el cemento que construyen la base de nuestra sociedad y que propician las revoluciones y los cambios.
Como un bucle, el ser humano tropieza repetidamente con las mismas piedras: el egoismo, las ansias de poder y la apatía. Es imposible evitarlas: parecen parte de nuestra naturaleza. Quizás ese sea el mensaje del autor; la vida sigue, la historia pasa y siempre tendremos los mismos problemas y sólo queda luchar contra ellos. Incluso aunque sea una lucha que nunca acaba.
El Atlas de las Nubes es una novela potente, ambiciosa y que está impregnada de una positividad de agradecer en estos tiempos. Podría parecer una biblia “New Age”, con referencias a la reencarnación (todos los personajes llevan la misma marca de nacimiento) y otras mandangas pseudofilosóficas, y supongo que muchos lo verán así. De todos modos, la obra de Mitchell deja un recuerdo agradable después de su lectura y es fácil de asimilar a pesar de su extraña estructura.