El Nombre del mundo es bosque

Los creechis, seres con la misma ascendencia que los humanos, habitan un planeta repleto de selvas que interesa a los humanos por sus numerosos recursos naturales. Es una especie inteligente pero que, aparentemente, no opone ninguna resistencia a la colonización humana, que roza la esclavitud. Comunicarse con los creechis es harto difícil, pues estos dividen la realidad en dos estados: el tiempo real y el tiempo sueño.

Un buen ejemplo de ciencia ficción ecológica, en un estilo que hace poco vimos en Avatar: una sociedad profundamente ligada a la naturaleza de su planeta, con la que comparten una especie de misticismo y respeto mutuo que el ser humano intenta quebrar, consciente o inconscientemente, con su llegada.

Esta novela de Ursula K. Leguin también consiguió el máximo galardón de la ciencia ficción, el premio Hugo, y se enmarca en el universo Ecumen, como ya ocurría con Los desposeídos. De hecho, aparece alguna mención a la trama de esta última, como el comunicador instantáneo, el “ansible”.

Escrita en 1972, cuando la sociedad ya empieza a percibir el problema de la conservación de la naturaleza y la agresiva actividad del hombre como culpable del deterioro de inmensas zonas, sobre todo de la selva de Sudamérica, los creechis aparecen como un símil de las culturas amazónicas expuestas a la sobreexplotación de su hábitat por parte de Occidente. Culturas que poseen conocimientos ancestrales e intuitivos que deben entenderse y preservarse, aunque toda investigación conlleva el riesgo de la contaminación y el desmantelamiento de dicha sociedad.

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