Sin destino
Sin destino (1975) es el relato en primera persona de un joven judío húngaro en los campos de concentración nazis.
Tras ser obligado a trabajar a sus catorce años en una fábrica a las afueras de Budapest, un día es trasladado al campo de concentración de Auschwitz, donde pasa tres días, para después viajar a Buchenwald. Tras una enfermedad que casi termina con su vida, es rescatado por el ejército norteamericano.
Imre Kertész, premio Nobel de Literatura en 2002, utiliza este libro para contarnos su propia experiencia como adolescente judío en los campos de concentración. Una temática tan delicada, tan horrible, es tratada por el escritor húngaro con una objetividad pasmosa. No hay música de tristes violines para emocionar; sólo la verdad, ni siquiera adornada con reflexiones:
Existen situaciones en que parece imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo, al cabo de tanto esfuerzo, de tanto afán, de tanto empeño, acabé encontrando la paz, la tranquilidad y el alivio. Ciertas cosas, por ejemplo, que antes me habían parecido sumamente importantes, perdieron por completo su significado para mí. Así, estando en la fila durante el recuento, si me cansaba -y sin mirar si me encontraba en medio de un charco o si había barro-, me dejaba caer, me sentaba y me quedaba sentado o acostado hasta que mis vecinos me levantaban a la fuerza. No me molestaban ni el frío ni la humedad, ni el viento ni la lluvia: simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre, me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera comestible, pero sin prestar atención, como por costumbre y de manera mecánica. En el trabajo no cuidaba ya ni las apariencias. Si tenían algún inconveniente, lo más que podían hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar tiempo, puesto que con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía los otros porque me quedaba dormido.”
No hacen falta artificios para comprender el horror que un ser humano es capaz de imponer a un semejante, ni para darse cuenta de la capacidad innata para soportarlo. Es de agradecer la objetividad de Kertész, porque esto ocurrió, ocurre y seguirá ocurriendo en algún lugar del mundo; no hay que meter ni a dios, ni al diablo, ni al infierno en este tema. Es sólo cosa nuestra.