El Arte de Volar

volar“Puedo por lo tanto asegurar que fue así cómo se suicidó. Puedo igualmente asegurar que, aunque parecieron unos pocos segundos… mi padre tardó 90 años en caer de la cuarta planta”

Así, asístiendo al suicido de Antonio Altarriba, comienza la historia de su vida, narrada en lo que tarda la gravedad en ponerle fin.

Con un impresionante trabajo de Kim (“Martínez el Facha”) en la ilustración, Antonio Altarriba hijo crea una historia universal de fracasos, esperanzas, decepciones y breves alegrías. Vidas duras y desesperadas tienen un emotivo reflejo en estas páginas, independientemente del contexto: la España de la guerra civil y la posguerra.

Las atrocidades históricas, todavía sangrando décadas después, amplifican lo bueno y lo malo de la condición humana, haciendo casi imposible mantener la dignidad. La lucha por ella es una constante en la creación artística y  literaria, pero el referente más cercano, que impregna en cierto modo la savia de la que se alimenta esta obra, y que llega a la misma raiz del problema es Kafka.

Su Gregorio Samsa es el paradigma del absurdo de la ida. En el último capítulo de “El Arte de Volar”, Altarriba y Kim llevan un paso más allá la metamorfosis: todo a tu alrededor se transforma; el cambio afecta a toda la realidad humana. Todos los fracasos y traiciones aclaran el espejismo y liberan la percepción. Llegado a ese punto, convertido en insecto, o en comida para un topo rabioso, sólo queda la solución que trae la tan ansiada dignidad: volar. Morir en orden.

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