Babel 17
Una serie de sabotajes amenazan la estabilidad de la Alianza. Todos tienen algo en común: antes, durante y después de los ataques, las fuerzas de seguridad interceptan mensajes incomprensibles, redactados en una especie de código que bautizan con el nombre de Babel-17. Todos los esfuerzos por descifrarlo son inútiles, así que recurren a Rydra Wong, una poetisa y lingüista famosa en varias galaxias, que enseguida descubre el error de base; y es que Babel-17 no es un código, sino todo un lenguaje.
Samuel R. Delany utiliza la figura de la poetisa (basada en su mujer, Marilyn Hacker) como punto de partida de esta reflexión sobre el lenguaje y su capacidad para alterar la percepción de la realidad.
Según la hipótesis esbozada en el libro, el lenguaje actúa no ya como un software que interpreta datos, sino como un sistema operativo en sí mismo que aprovecha los recursos mentales para analizar e interactuar con la realidad. Cuando la protagonista piensa en Babel-17, su “hardware” se acelera, sus recursos son aprovechados al máximo.
Este lenguaje necesita eliminar ciertas construcciones del lenguaje común para conseguir tal nivel de análisis de datos. Desaparecen, por lo tanto, los elementos subjetivos, la primera y la segunda persona, el tú y el yo, lo que provoca la eliminación de la empatía a favor de una mayor efectividad del pensamiento.
Es una idea muy potente que ha sido utilizada de distintos modos por posteriores autores de ciencia ficción, siempre adapatada a los intereses del argumento, como Ursula K. Leguin en “Los desposeídos“, donde desaparecen los posesivos (tuyo, suyo, mío) en el idioma de Anarres, una comuna anarquista. Otro ejemplo sería “La Historia de tu Vida” de Ted Chiang, en la que lleva la idea hasta el extremo de considerar al lenguaje capaz de remodelar incluso nuestra percepción del tiempo, del pasado y del futuro. Y, por supuesto, “Empotrados“, de Ian Watson, otra de esas maravillas de la ciencia ficción especulativa.
A diferencia de “La intersección de Einstein“, “Babel-17” (ganadora del premio Nébula en 1966 y finalista del Hugo) es un libro con una estructura menos experimental. Gracias a eso el mensaje es más claro, sin rastros de esa niebla formal que impregnaba al primero.
En definitiva, un ejemplo perfecto de los temas de la Nueva Ola, alejándose de los clichés de la ciencia ficción clásica y lanzando una mirada hacia el interior, en una obra más especulativa y más madura. Y, por supuesto, la muestra más clara del buen hacer de Delany.
No quiero dejar de mencionar una curiosidad del libro: Rydra Wong, que domina numerosas lenguas, en ocasiones prefiere pensar en vasco. A lo mejor algún día lo consigo yo también y soy capaz de dominar el ergativo…