Michael Beard, premio Nobel por sus investigaciones sobre la física cuántica de los fotones, está inmerso en la desintegración de su quinto matrimonio. Los cuatro anteriores fallaron debido a sus infidelidades. Este último también, pero es la primera vez que una de sus esposas contrataca y decide tener una aventura, lo que coloca a Beard en una situación desconocida e incómoda. Director de un desangelado proyecto ecológico, que intenta aprovechar la energía eólica a nivel doméstico para reducir la dependencia de los combustibles fósiles, su vida se balancea entre la rabia personal y un trabajo en el que nada parece avanzar. Hasta que uno de sus ayudantes, basándose en el trabajo que le dio el Nobel y en la fotosíntesis de las plantas, le da las claves para ganar la guerra contra el cambio climático y, accidentalmente, para deshacerse del amante de su mujer, de ella misma y comenzar una nueva vida como salvador del mundo.

No estamos ante una novela sobre el cambio climático. La gran pregunta no es si podemos salvar el planeta, sino si podemos salvarnos como personas. Beard forma parte de la solución a problemas ecológicos mediante la ciencia y la tecnología, pero es un sátiro egocéntrico para el que las personas, especialmente las mujeres, son piezas de ajedrez a las que puede manejar a su antojo. Resuelto y decidido cuando se trata de ciencia, miserable y tremendo hedonista en sus relaciones personales. El autor, Ian McEwan, no nos describe a un antihéroe; más bien nos presenta a un cerdo inteligente, cuyas aportaciones a la sociedad son notables, e incluso podría parecer (al propio Beard se lo parece) que realmente intenta ayudar a la supervivencia de la especie y del planeta, pero que sólo busca la satisfacción a sus placeres. Como lector, uno comprende a Beard en ciertos momentos. Este retrato de homo sapiens sapiens tiene mucho de animal sujeto a ataduras racionales, de individualista que piensa salvar el mundo mientras destroza lo que tiene más cerca. Todos tenemos algo de Beard, porque todos tenemos en nuestro interior ese instinto de búsqueda del placer sin importar las consecuencias; también somos capaces de hacer que la balanza entre “ser social” e individuo caiga del lado de la especie y no sólo del sujeto hedonista.