Los entes animados son aquellos que, a un determinado nivel de descripción, manifiestan cierto tipo de patrón en forma de bucle, algo que inevitablemente ocurre cuando un sistema dotado de la capacidad inherente de clasificar el mundo percibido en categorías discretas expande drásticamente su repertorio de categorías, haciéndolas cada vez más abstractas. Ese patrón alcanza su máximo exponente cuando se convierte en una autorrepresentación profundamente arraigada -una historia que el ente se cuenta a sí mismo-, en la que el “yo” del ente en cuestión desempeña el papel de protagonista como un único agente causal movido por un conjunto de deseos. Un ente es animado en el mismo grado en que haya emergido en él ese bucle del “yo”, ya que la presencia de un patrón así no es en absoluto una cuestión de “todo o nada”. En síntesis, pues, en tanto en cuanto exista un patrón del “yo en un sustrato dado, el ente será animado, y cuando no exista tal patrón, el ente será inanimado.
Douglas Hofstadter (autor de Gödel, Escher y Bach), intenta en este libro explicar el por qué de la consciencia; cómo es posible que un pedazo de materia llegue a pensar sobre sí mismo. Su respuesta se aleja drásticamente de la dualidad “alma-cuerpo” o “espíritu-materia”. Según su teoría, son las propias interacciones físicas de la materia las que provocan, cuando el cerebro aumenta en complejidad, la aparición de un bucle autorreferente.
Partiendo de los descubrimientos de Gödel sobre la incompletitud de los Principia Mathematica de Russell y Whitehead el autor llega a la conclusión de que la consciencia, el alma, el espíritu, nuestra “yoidad”, es el resultado inevitable de la complejidad de nuestro cerebro. Esa característica no es algo discreto, sino contínuo, con lo que puede rastrearse en el resto de animales, en las máquinas e incluso seguir su aparición y evolución en nuestro propio desarrollo.
Esta manera de ver la consciencia es un planteamiento radical, una bomba atómica lanzada contra la omnipresente imagen de seres dotados de algo que no se puede medir pero que está presente en cada uno de nosotros: el alma. Ayudado por metáforas (más o menos afortunadas) visuales y conceptuales, poco a poco su idea queda más o menos clara, y uno no puede dejar de sorprenderse de las conclusión de lo expuesto: no existe el “yo”, no es algo único que se nos asigna por arte de magia. Un ejercicio de desmitificación increíblemente bien argumentado y que sigue dando vueltas en la mente del lector porque las implicaciones son enormes.
Realmente interesante y, aunque pueda parecer algo abstruso, el esfuerzo de Hofstadter consigue su propósito y permite posteriores reflexiones sobre una de las cuestiones claves para comprender nuestra realidad.