Ingmar Langdon se ve forzado a dejar su vida tranquila entre su colección de libros por culpa de un sorteo. Las máquinas del azar lo han elegido entre más de 100 millones de personas para ser el nuevo gobernador de la humanidad y todos sus planetas. Él es el nuevo estocastócrata, muy a su pesar.
Con esta interesante premisa, d’Argyre (Gerard Klein) comienza esta pequeña novela escrita casi del tirón en 11 días. Klein describe minuciosamente este curioso método de gobierno al principio de la novela:
La estocastocracia era la culminación lógica de los métodos de gobierno tímidamente experimentados en las postrimerías del S XX, puestos a punto en el transcurso del XXI e implantados definitivamente durante el XXII, en detrimento de todos los demás. A mediados del S XX subsistían unos regímenes democráticos en los que se solicitaba a cada cual que expresara una opinión con respecto a una plítica a observar, pero ya empezaban a perfeccionarse unos sistemas de sondeo que permitían prever en principio la actitud de una gran masa humana frente a un problema determinado, o también su postura ante la elección de algún dirigente. Pront estos métodos alcanzaron tal nivel de perfección que llegaron a permitir la predicción infalible del resultado de las consultas populares, haciendo que estas se redujeran a un simple formulismo (…) El porcentaje de abstenciones creció de modo alarmante. Cundió sobre ello cierta inquietud en un principio y trataron de ponerle remedio, pero se acabó por admitir que el hecho obedecía a la naturaleza de las cosas. Resultaba mucho más fácil consultar a un contingente juiciosamente elegido y compuesto de una decena de miles de personas, antes que obligar a la votación a varios centenares de millones de indolentes adultos.
(…)Las consultas populares desaparecieron pura y simplemente y, sin que nadie lo advirtiera apenas, fueron reemplazados por los sondeos. Esta fue la época conocida en la historia bajo la denominación de Era de los Encuestadores.
(…)Los métodos de sondeo fueron elevados a tal nivel de perfección, que se pudo confiar casi todo aquel cometido a la cibernética.
(…)Pronto se demostró que no era necesario recurrir al muestreo para decidir la elección de los hombres llamados a presidir los destinos del planeta.
(…)los candidatos acabaron por escasear y pronto se vio bien claro que los pocos que se presentaban obedecían menos al interés general que al afán de poder. El último grupo representativo consultado decidió que era preferible confiarse totalmente al azar, y que el sorteo era tanto o más adecuado que la polémica para elegir a un hombre justo e íntegro. Bastaba con eliminar previamente del sorteo a los intelectualmente deficientes o cuyo carácter evidenciase rasgos peligrosos. Las máquinas cuidaban de esta selección. Como el nivel intelectual de la humanidad se había elevado considerablemente gracias a la generalización del ocio y al perfeccionamiento de los medios educativos y culturales, el procentaje de individuos inelegibles para ejercer el gobierno, sin llegar a ser desdeñable, acabó siendo muy escaso. La estocastocracia entró en la historia.
Una vez explicada la idea que articula y contextualiza la historia, Klein la va sazonando con intrigas palaciegas, una incursión al mundo-cárcel de los proscritos y la aparición de una especie extraterrestre muy avanzada moral y tecnológicamente.
Un libro que tiene todos los elementos de la Ciencia Ficción “Hard” y política, pero que se desinfla con un final más que discutible, digno de un culebrón de la hora de la siesta.
Título: El cetro del azar
Autor: Gilles d’Argyre (Gerard Klein)
Ed. Martínez Roca, Superficción, nº 3.
1974 (edición 1976)
144 páginas