Pequeños cambios, casi imperceptibles, hacen reflexionar a Aomame sobre la increíble posibilidad de que el mundo se haya transformado. Una acción tan irrelevante como bajar unas escaleras de emergencia en una autopista abarrotada, la introduce de lleno en una realidad alternativa, a la que terminará llamando 1Q84, en contraposición al año en curso, 1984.
Tengo, profesor interino de matemáticas y aspirante a novelista, se ve inmerso en un fraude editorial pergeñado por Komatsu, su editor. Deberá reescribir el relato de Fukaeri, una extraña adolescente, que cuenta una historia fantástica sobre unos seres a los que llama little people. Esa narración, La crisálida del aire, es la clave que permitirá el esperado encuentro entre Aomame y Tengo, separados desde la infancia.
Murakami estructura esta compleja historia orbitando alrededor de estos dos protagonistas predestinados a unirse, a los que dedica capítulos alternativos, con la excepción del tercer libro, en el que añade capítulos dedicados a Ushikawa, un peculiar detective privado.
Las andanzas paralelas de Aomame y Tengo son independientes y gracias a ellas el autor nos desvela las peculiaridades de un mundo dominado por una suerte de realismo mágico, en el que existe la llamada little people, que es, literamente, eso: gente pequeña.
Estos seres (que no puedo evitar imaginármelos como la pareja de ancianos en esa peculiar escena final de Mulholland Drive) parecen controlar esta realidad a través de un complejo mecanismo de receivers, perceivers, daughters y mothers en forma de clones que obtienen fabricando crisálidas a partir de fibras de aire
Murakami es conocido por utilizar la música como inspiración o punto de partida de sus narraciones. En este caso destaca la importancia de la peculiar Sinfonietta, del compositor checo Leo Janácek, presente desde las primeras líneas, justo antes del desembarco de Aomame en 1Q84.
Al terminar la lectura, uno queda con una sensación extraña. Por un lado es obvio que, para contar lo que cuenta, podría haberse ahorrado, al menos, el pico de las más de 1300 páginas de las que consta el libro. No obstante, Murakami hace navegar al lector con facilidad entre las vidas de todos los personajes; en muchas ocasiones más de la mitad de un capítulo se dedica a repasar vivencias y sensaciones que se alejan por completo de la temática principal.
Pero es que la dicotomía 1984 1Q84, el BIG BROTHER frente a la little people, que también observa y controla pero sin intención totalitaria alguna, como dioses ajenos a todo, y el resto de elementos fantásticos; todo ello es, tal vez, una elaborada excusa para hurgar en lo más íntimo de los personajes.
Por ello, el final no parece conclusivo, y la impresión es la de estar ante un extensísimo ejercicio de estilo.