Parece que tenemos que pedir perdón por el trabajo que tenemos, por el sueldo que cobramos y por las horas que trabajamos. Pues nada: perdón.
¿Qué penitencia os parece bien que suframos? ¿Clases de más de 30 alumnos? ¿Falta de respeto en las aulas? ¿Insultos por la calle? ¿Coches rayados? ¿Burocracia sin límites? Bueno, entonces no es nada que no suframos ya.
¡Ah! ¿Qué queréis más bajada de sueldo, más horas de trabajo y menos vacaciones? De acuerdo, después de todo, tendremos que expiar nuestra “gran culpa”, que no sé muy bien cuál es… Espera… claaaro, que somos unos privilegiados que no dan palo al agua ¿cómo se llamaba esa escoria indigna? ¡Funcionarios! ¡Eso es! Es que a veces se me olvida mi condición de parásito de la sociedad y chupóptero de las arcas estatales, sobre todo mientras estoy absorto en clase o en actividades extraescolares enseñando a mis alumnos a pensar por sí mismos…
La primera clase del curso les hablaré de Kafka y su Metamorfosis, de cómo “cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.
Escalofriante imagen de un PDF (parásito docente funcionario) “trabajando”, tomada por un alumno