En un futuro no muy lejano, los desastres climáticos están haciendo que la Tierra sea inhabitable para el ser humano. La única solución posible es la evacuación de la especie hacia otros planetas… o, al menos, intentar una colonización que permita sobrevivir a la especie. Como ya sospechamos por el título, dichos planetas han de ser extrasolares.
Para narrarnos esta historia Christopher Nolan nos regala 3 horas de increíbles efectos especiales, estupendo montaje (muy buen ritmo que hace que la duración no sea un problema) y rigor científico (a ratos); elementos que hacen que sea un producto más que digno.
Lo que también nos ofrece Nolan, por desgracia, son actuaciones bastante mejorables (no sé si era el doblaje, pero no me creía nada), diálogos de chichinabo y esa tacita de buen rollo familiar (del tipo: “yo por mi hijo ma-to”) que adereza el guiso de “la humanidad es lo más y de extinguirse ni hablamos porque eso no nos puede pasar a nosotros”. Añade una pizca de amor adimensional, que, como la gravedad, puede atravesar dimensiones, código morse (nivel C1 por lo menos) y mucho, mucho polvo.
Recomiendo verla, merece la pena. Pero, y ya me duele decirlo, no es el 2001 de esta generación ni de lejos. Mi sensación al salir del cine fue de cabreo, porque yo me esperaba algo más riguroso, y no me refiero al aspecto científico. Esperaba un producto que me quitara el aliento, y lo único que encontré es un barullo que, de tanta explicación forzada, termina siendo incomprensible. Lo que no me hubiera importado tanto si ese amor “que traspasa dimensiones” no fuera la misma cantinela empalagosa de siempre. La familia, siempre la familia… parecen mafiosos estos de Hollywood.