La muerte de Matías Bartomeu sirve como punto de partida de las reflexiones vitales de todos los que le rodeaban. Su hermano Rubén, constructor de la burbuja inmobiliaria levantina, y su joven segunda mujer, Mónica, que disfruta del poder y el dinero de su anciano marido. Silvia, la hija del primer matrimonio de Rubén, restauradora de arte, que lucha por mantener sus ideales frente a la devastadora realidad que representan su padre y sus negocios, que tenía a Matías, su tío, en el pedestal de los amores platónicos y que está casada con Juan, un catedrático de literatura obsesionado con la obra de Federico Brouard, un escritor relativamente admirado del que está escribiendo su biografía y que fue amigo de los hermanos Bartomeu, que percibe la muerte de Matías como antesala de su propia muerte. Collado, Traian, los corruptos, corruptibles y ejecutores de la maraña de ilegalidades que jalonan los años del ladrillazo, el plato principal servido con guarnición de putas y cocaína, siempre indigesto.
Sirviéndose de monólogos interiores, Chirbes disecciona las últimas décadas del país, sumergiéndose en lo más podrido de la transición, que ha cristalizado en cientos de urbanizaciones en los pueblos valencianos, cementerios de hormigón y cemento tostándose bajo el sol mediterráneo.
Matías, el muerto cuyo cuerpo espera en el tanatorio el momento de convertirse en humo y cenizas, sólo es un débil eco en las reflexiones de sus familiares y conocidos; éstos se dan a sí mismos y al lector lecciones de vida, de lucha, desesperación, resignación. Es Rubén, el hermano mayor, el más pragmático y descreído, en contraste con su hija Silvia, que mantiene las esperanzas, quizás ingenuas, que su fallecido tío le inculcaba en su adolescencia.
Entre todos dibujan un panorama vital tan desolador como los campos de cemento, piscinas y cesped de su paisaje. Es este un libro que golpea con cada frase, brutal y sincero. Como todas las buenas novelas, un espejo del lector que hurga en sus propias heridas.